Se había pasado una hora buscando un calcetín rojo. Hurgó en todas las la gavetas de la cómoda de su cuarto, buscó en el cesto de la ropa sucia y debajo de la cama. Terminó sacando todo lo que había en su armario y dejó un revoltijo de abrigos, sombreros y vestidos; de accesorios, mascadas y zapatos. Pronto la alcoba quedó sumergida en el caos total, algo ciertamente extraño sabiéndola tan pulcra, tan minuciosa con los detalles, tan ella. Se atrevió, reprendiéndose a sí misma por la intromisión, a echar un vistazo en los aposentos de su compañera; rebuscó con sumo cuidado entre sus cajones, tratando compulsívamente de no dejar un rastro de su presencia en aquel lugar. Nada, tan solo unas cuantas cajetillas de cigarros semi vacías, plumillas de guitarra mordisqueadas, una lata de condones y el monedero en forma de canguro en el que sabía que se hallaban sus pequeños ahorros de ya diez quincenas para la Ducati 1200 que deseaba comprarse, no tocó ninguna de esas cosas. Nadia no fumaba tabaco, pero se permitía de vez en cuando un toque de hierba; Nadia no sabía nada de música, pero dejaba que su réflex de focal variable hiciera arte por ella; Nadia no sentía la necesidad de llevar con ella un preservativo pues, hasta donde todo mundo sabía, ella seguía siendo virgen; Nadia tenía una integridad intachable que le permitía hacerse de la vista gorda ante la panza de aquel canguro repleta de billetes de a quinientos y sólo cerrar el cajón sin mirar atrás. Nada.
Salió de la habitación decepcionada, ¿dónde habría quedado aquella prenda? Temía conocer la respuesta. Debía encontrarla pronto, eran la las once menos quince y su compañera no tardaba en llegar lista para coger un abrigo, tomar su Whisky en las roscas de un sorbo y subirse de nuevo al coche para irse de antro juntas. Pese a que no sentía deseos de salir aquella noche pues hacía frío y cargaba consigo un humor melancólico, lo había prometido. Se detuvo unos instantes en el pasillo a reparar en cuán diferentes eran: Mónica: un tanto salvaje, ruda y atrevida; coqueta y con una mirada desafiante; con un caos en la mente y en su habitación; comelibros y músico desde los diez años; amante de la cocina y pseudochef, pese a que desayunaba un cigarrillo y un espresso doble con vodka a las dos de la tarde; trabajaba en la radio hasta ya entrada la noche y dormía casi toda la mañana. Nadia: reservada y muy tranquila; un poco torpe para flirtear pese a ser muy guapa; tan ordenada y pulcra, ella se encargaba de que el departamento no estuviese patas arriba; amante del ejercicio, la comida y la naturaleza, con una actitud zen ante la vida; eterna romántica y con la ilusión aún viva de encontrar a aquel hombre con cuerpo fitness y cerebro pensante; fotógrafa de estudio de día, cinéfila de noche. Eran agua y fuego. Eran día y noche. Eran negro y blanco… Opuestas. Sin embargo, eran mejores amigas, por algo habían decidido mudarse juntas, además de que ninguna tenía pareja y ambas sentían cierta urgencia por salirse de la casa de sus padres. Se conocieron en la universidad y desarrollaron una amistad un tanto extravagante, se complementaban mutuamente: Nadia limitaba a Mónica, Mónica desinhibía a Nadia.
Salió del vórtice de sus pensamientos y se dirigió a su habitación tratando de ya no pensar en el calcetín extraviado. Al abrir la puerta, el caos que ella misma había provocado la miró desafiante. Se regañó mentalmente y puso manos a la obra doblando playeras, colgando vestidos y pantalones en las perchas correspondientes, poniendo todo en su lugar. Echó un vistazo al reloj y se percató que eran ya las once y media, ¿dónde estaba Mónica? Se preocupó por un instante, diez mil setecientos ochenta y cuatro pensamientos catastróficos le pasaron por la mente, pero intentó calmarse. Se apresuró a bañarse y ataviarse con el atuendo que le pareció más adecuado para la ocasión: unas medias negras, una falda de mezclilla, zapatos de piso y una blusa de inocente escote, nada muy espectacular. Justo cuando estaba colocándose los zarcillos, escuchó el girar de la manija de la puerta principal del departamento:
-Nadia, ¿ya estás lista?- Preguntó la joven de 25 años con voz cantora al entrar a la casa.
-Aquí en mi cuarto Mon.- Respondió esperando que su amiga no reparara demasiado en lo escueto de su atuendo.
-Te ves linda.- Comentó la locutora al entrar en su habitación.
-¿Dónde estabas?- Preguntó la fotógrafa, ignorando el cumplido. -Es tarde ya, me tenías preocupada.-
-Calma, calma, ya sabes… el tráfico de viernes en la ciudad. Lo importante es que ya estamos listas, ¿cierto?-
Mónica no esperó una respuesta pues la dio por sentada, en cambio se dirigió al minibar de la sala y se sirvió una onza de Jack Daniel’s en un vaso old fashioned con un cubo de hielo:
-¡Ah!- Exclamó con gesto de resignación. -Me caga el bourbon.-
-Y ¿por qué te lo tomas si además es mío?- Preguntó su compañera de piso mientras se sentaba frente a ella en uno de los banquitos.
-Porque la botella está casi vacía y no voy a abrir otra sólo por un pinche trago.- Replicó para después zamparse de un sorbo el licor y prender un cigarrillo: -¿Ya nos vamos?-
Nadia vaciló un instante, se levantó de su asiento y contestó:
-Sí, sólo déjame encontrar un calcetín rojo que me falta…-
-Pero ya traes medias puestas wey…- Comentó Mónica extrañada.
-Pero tengo que encontrarlo, ¿sí?- Respondió tajantemente: -De hecho nos iríamos más pronto si me ayudaras a buscarlo.-
Mónica notó algo extraño en la mirada de Nadia, se veía molesta, pero más allá de eso parecía preocupada. No le era ajena la obsesión de su amiga por tener todo en orden, que todo tuviera su lugar, que cada rincón de la casa estuviera limpio, pero ¿un calcetín? Caminó hacia su alcoba mientras respiraba hondo, haciendo acopio de paciencia. Se recargó en el marco de la puerta y propuso:
-Nad… lo buscamos al rato ¿va? Ya es tarde y…-
-A ti neta sólo te importan tus cosas, ¿verdad?- Interrumpió Nadia con recelo: -Mientras tú estés bien, a los demás nos puede cargar la chingada.-
Mónica abrió los ojos como platos. Realmente no esperaba esa respuesta ni esa reacción, algo estaba pasando con su amiga, algo que no le estaba diciendo explícitamente pero que entre líneas gritaba. Si era cuestión de una prenda, Mónica gustosa le habría regalado tres pares de calcetines rojos, pero no era así, sabía que había un trasfondo. Se sentó en la cama mientras veía a su compañera de rodillas frente a su armario sacando la ropa de nuevo. No iba a explotar, no quería pelear, si su amiga quería hallar ese calcetín rojo, la tenía que ayudar:
-Bueno… ¿cuándo fue la última vez que usaste ese par?-
-El martes…- Contestó Nadia mucho más tranquila. Se sentó al lado de Mónica mientras respondía las subsecuentes preguntas:
-Y ¿dónde dejaste el otro calcetín?-
-Está en mi cesto de la ropa sucia, ya busqué ahí también, pero no está.-
-Bueno… ¿Dónde estuviste el martes?, ¿qué hiciste?-
Nadia bajó la mirada, no quería responder esa pregunta y no sabía si estaba lista para hacerlo. Un silencio extraño llenó el departamento. Mónica insistió con paciencia:
-Nad, ¿qué hiciste el martes? Intento ayudarte a recordar dónde dejaste tu calcetín.-
-Yo… Pues por la mañana fui al estudio a hacer un shooting, ya te había dicho, para este músico que estamos lanzando…-
-Ah ya, el tal Roger ¿no? ¡Carajo, ese vato sí que está sexy!-
Nadia pareció molestarse con la respuesta de su compañera, le lanzó una mirada retadora y Mónica entendió el mensaje:
-Perdón, me estoy saliendo del tema…- Recapacitó la locutora: -Y después de eso, ¿qué hiciste?-
-Bueno yo…- Nadia volvió a bajar la mirada, ocultaba algo y Mónica lo sabía, fuese lo que fuese, era algo que la chica se aferraba a guardarse. Tras un momento de silencio y reflexión, Mónica recordó:
-Un segundo… El martes yo no dormí en casa, llegué hasta el miércoles por la noche… Nad… ¿llegaste a dormir?-
De nuevo se hizo presente un largo silencio, Nadia seguía cabizbaja y Mónica trataba de vislumbrar el panorama, la conocía perfecto y creía saber lo que había pasado. Después de unos segundos, Nadia habló:
-Roger es todo un profesional Mon, no tuve que pedirle muchas cosas, fue tan natural… Me hizo el trabajo muy sencillo…- La joven fotógrafa pausó un momento esperando que su amiga entendiera el rumbo de la situación: -Creo que le gustó mucho la sesión y se la pasó tirándome indirectas… Me coqueteó…-
-¡No mames!- Respondió Mónica sorprendida a la par que se llevaba las manos a la cara cubriéndose la boca, su amiga le había despertado una morbosa curiosidad que debía satisfacer: -Y ¿luego? ¿Le seguiste el jueguito?-
-¡La neta me dio un chingo de pena!- Contestó Nadia con un humor más relajado: -Pero sí, traté de coquetearle y pues… funcionó, me invitó a comer…-
Mónica tardó un poco en comprender la magnitud de la situación, conocía muy bien a su amiga y sabía que le era difícil abrirse al sexo opuesto. Tras meditar unos instantes, prosiguió con el interrogatorio:
-Okay… Fueron a comer, después ¿qué pasó?-
-Pues…- La chica se sonrojó, sentía una ansiedad enorme, en parte por los deseos que sentía de confesar lo que había hecho, en parte porque una voz en su cabeza sólo quería olvidarlo: -En el restaurante tomamos un par de cervezas, pero al parecer él aún tenía sed, así que fuimos a su casa por unos tragos y…- Pausó de nuevo.
-¿Y!- Preguntó su amiga al borde de la cama, ya muy ansiosa por saber.
-Pues…- El semblante de Nadia ensombreció repentinamente, agachó la cabeza de nuevo y dijo con voz temblorosa: -Perdí mi calcetín Mon…-
Mónica ya lo anticipaba, lo había intuido minutos atrás, era obvio para ella; sin embargo, en definitiva no había esperado esa reacción. Entendía perfectamente el impacto en una mujer al perder su virginidad, entendía que para su amiga significaba algo más que un encuentro casual o la ruptura del himen, entendía que Nadia pudiera estar sentimental o incluso preocupada si no había utilizado protección, pero no alcanzaba a comprender el por qué de su profunda congoja. Fueron tan sólo unos segundos transcurridos, pero suficientes para que Mónica comenzara a imaginar lo peor, ¿el tipo la habría forzado?, ¿la habría drogado o amenazado? Su mirada se tiñó de amarga zozobra y ya iba a comenzar a preguntar de nuevo, cuando Nadia rompió en llanto:
-¡Perdí mi calcetín Mon!- Dijo la chica en un grito ahogado por sollozos y llanto reprimido. Su amiga la cogió en brazos y la sostuvo fuertemente. Tenía tanto por decir, tanto por preguntar, pero sabía que no debía hacerlo, sabía lo mucho que le costaba a Nadia siquiera mencionar la palabra «sexo», así que reflexionó un momento mientras dejaba que su compañera de piso derramara lágrimas de inocencia perdida sobre su vestido color negro. Mónica debía abordar el tema sutilmente, no podía atreverse a parlotear sobre sus aventuras sexuales o a preguntar detalles del encuentro así como así, no con ella. Cuando sintió la respiración de Nadia un poco más acompasada, se animó a hablar:
-Bueno Nad… todos perdemos nuestro calcetín en algún momento, de hecho sería bastante triste si no lo hiciéramos.- Al pronunciar estas palabras, su amiga se recogió de su regazo y adoptó una postura encorvada, colocó su cabeza entre sus manos y dejó que Mónica prosiguiera mientras prendía otro cigarrillo: -Siempre vamos a querer que sea algo especial, que signifique, que cuando lo contemos nos sintamos orgullosas de haberlo hecho… pero no siempre es así.-
-Yo lo había guardado Mon, ¿sabes? Siempre pensé que cuando… bueno, perdiera mi calcetín, sería en algún bosque tranquilo a la luz de la luna o en la playa con el sonido de las olas rompiendo en la costa… ¡y lo fui a perder medio ebria en el departamento de un chico en algún rincón de La Condesa! ¡Ahora no lo tengo! Ahora soy una mujer sin calcetín, dime ¿qué hombre va a querer a una mujer sin calcetín? ¿Qué hombre me va a tomar en serio?- Preguntó Nadia con lágrimas en los ojos.
-No a ver, te equivocas Nad, ¡eso no tiene nada qué ver! Los hombres no buscan calcetines nuevos, al menos no los que te convienen. Los hombres se fijan en ese sombrero hermoso y brillante que te hace tan inteligente o en esas gafas que te convierten en una increíble fotógrafa y te hacen ver la vida de esa forma tan particular…- Mónica confiaba en la inteligencia de su amiga para entender la enredada analogía con las diversas prendas y accesorios, pero decidió ir al grano: -A lo que voy es que es tan sólo un calcetín, lo que realmente importa es lo que está aquí.- Dijo a la par que sonreía y posaba su dedo índice sobre el pecho de su amiga. Tras unos instantes de reflexión, Nadia habló:
-Y… ¿ahora qué? Dime qué hago con mi otro calcetín, con este que me quedé yo porque… ¡Porque no puedo dejar de sentir Mon! Desde aquel día no dejo de pensar en él, en qué estará haciendo, en si piensa en mí o no…-
-No te ha hablado, ¿cierto?-
-No… Y es decepcionante porque yo sentí tantas cosas… Quisiera llamarle, ¡ardo en deseos de llamarle y pedirle una explicación… o que al menos me regrese mi calcetín!-
-Eso no va a pasar Nad, ya se fue, ya no tienes tu calcetín y no va a regresar a ti…- Mónica dio un par de fumadas a su cigarro casi completamente consumido y siguió:
-Ahora puedes empezar a probar con otro tipo de calcetines, otros colores, calcetas o medias quizá o, ¿por qué no?, andar descalza un tiempo y sólo disfrutar de las sensaciones sobre tu piel… Pero ese calcetín rojo que dejaste en su apartamento, ese ya no va a volver, te quedaste con uno, ¿qué harás con él?-
Nadia reflexionó unos instantes sobre todo lo que su amiga trataba de decirle, agradeció internamente la sutileza, no le era fácil hablar de esos temas. La fotógrafa pensó en cuánta envidia sentía por su amiga, por esa capacidad de separar el sexo del sentimiento, de prevenirse y dejar el calcetín especial en casa y perder el otro en alcobas ajenas dejando su corazón intacto. Reflexionó un momento y después se le ocurrió preguntar:
-Y ¿si le hablo?- Nadia se preparó mentalmente para recibir un regaño de su amiga por atreverse siquiera a pensar en pisotear su dignidad, sin embargo recibió una respuesta encantadora y más profunda de lo que había esperado:
-Puedes hablarle y preguntar… A veces tenemos miedo de hacer algo de más y arruinar las cosas, romper nuestras ilusiones y destruir castillos de aire; pero también podemos terminar teniendo lo que tanto deseamos. Ya perdiste tu calcetín, ahora eres una mujer nueva pero no incompleta, tú te quedaste con el más importante: tus sentimientos. Tu puedes hacer lo que tú quieras, botar ese calcetín y probar con otros, o llamarle o mandarle un mensaje o ir a buscarlo a su casa si sientes que eso necesitas, pero haz lo que sea mejor para ti ¿sí?…-
Nadia sonrió agradecida y abrazó a Mónica, no recordaba la última vez que habían tenido una plática tan especial. Se decidió de una vez por todas a botar por la ventana ese calcetín rojo que se hallaba en el cesto de la ropa sucia e ir de compras al día siguiente a buscar un par de sandalias nuevas. La locutora le propuso salir al balcón del departamento a relajarse un poco, salir del ambiente viciado y seguir charlando, estaba consciente de que a Nadia le molestaba un poco que la casa oliera tanto a cigarro y más aún su propia alcoba, así que se abrigaron lo suficiente para resistir el frío clima de otoño, y botella en mano, salieron a platicar sobre el trabajo, anécdotas de la universidad y un sinfín de temas entre cigarrillos y vodkas con jugo. Casi sin notarlo, las horas se escurrieron en el reloj y Nadia recordó apenada el plan nocturno con su amiga:
-No… Ya es bastante tarde y ha sido una noche intensa, además se está muy a gusto aquí, ¿no crees?- La fotógrafa agradeció el gesto de su amiga y después de haberlo pensado durante todas esas horas de plática entre copas, se animó a preguntar:
-Mon, ¿tú cómo perdiste tu calcetín?- Una sonrisa pícara un poco melancólica se dibujó en el rostro de la locutora:
-Nunca les conté, ¿verdad? Fue en el primer año de la carrera, ¿recuerdas a Alex? Fuimos a su casa una tarde que me volé la clase de tele y aprovechamos mientras no estaban sus papás… ¡Ja! Duré dos años con ese vato toda enamorada y creyendo que nos íbamos a casar… Él se quedó con mi calcetín, ¡claro que ahora debe tener un cajón lleno de calcetines de otras mujeres!- La chica rió despreocupadamente y su amiga no titubeó en acompañarla. Se quedaron en silencio un momento hasta que Mónica habló:
-Está a punto de amanecer, tenemos una vista hermosa, ¿por qué no traes tu cámara y capturas el momento?- A la fotógrafa pareció maravillarle la idea pues se apresuró a levantarse de su asiento y correr a buscar su réflex, no sin antes sonreír con genuino entusiasmo. Justo cuando estaba cruzando el pasillo para llegar a su alcoba, se escuchó un golpeteó en la puerta principal del departamento:
-¿Vas tú Nad?-
-Sip, yo abro.-
Nadia casi se cae de espaldas cuando vio frente a ella un rostro familiar, un joven alto, de cabello negro y rizado y con una sonrisa tímida se hallaba en el umbral:
-¡Roger! Pe… Pero qué…-
-Dejaste esto en mi casa linda…- El joven sostenía con la mano un calcetín rojo y en la cara una sonrisa nerviosa:
-Yo… ¡Diablos! Es que… terminé tirando el par al ver que lo había perdido…- Dijo Nadia con cierta timidez.
-¡Oh!- Al parecer Roger no esperaba esa respuesta, realmente sólo quería ver a Nadia después de aquella noche y llevarle el calcetín le había parecido un buen pretexto que ahora le sonaba no menos que estúpido; sin embargo, se decidió a hacer un movimiento más:
-Bueno… creo que podemos hacer algo al respecto…- El joven se recargó en el marco de la puerta, se quitó un zapato y después desnudó su pie derecho despojándolo del calcetín color negro que traía puesto. Tomó ambas prendas, cada una en una mano y comparándolas dijo:
-Creo que combinan, ¿tú no?-
Nadia sonrió ampliamente y se abalanzó a él abrazándole con fuerza. Mónica, como siempre con su cigarro entre los dedos, los miró sonriendo desde el pasillo con un gesto de airosa satisfacción.
Redacción: Olii De Regules.
Ilustración: Ana Karen Pacheco.