Para el amor de mi vida

Hola extraño:

No sé realmente cuándo leas esto o si acaso algún día lo harás. No sé cómo te llamas ni tu apellido o si tienes algún sobrenombre. No sé tu edad o la que tengas cuando te conozca. No sé qué estudies o estudiaste, no sé en que trabajes o a qué te dedicas. No sé tus gustos o hobbies, si eres rockero o si te inclinas por la música clásica o si te declaras melómano, no sé qué clase de libros te gusten más o si eres del tipo cinéfilo. No sé cómo luzcas, cómo sea tu cabello o tus facciones, la forma de tu cuerpo o el color de tu piel. No sé si creas en Dios, si tengas alguna religión o te proclames agnóstico. No sé si seas extrovertido y con facilidad de palabra o de hecho seas tímido y recatado. No sé si ahora estés con alguien que te acompañe en tu camino hacia mí o si lo recorres solitario como yo. No sé tu nacionalidad, no sé si justo ahora que escribo estas palabras para ti, estés a miles de kilómetros de mí o más cerca de lo que creo.

No sé dónde voy a conocerte ni de qué forma, supongo que será un truco más de esos que nos prepara el destino. No sé si acaso ya nos hemos cruzado, y por azares del mismo no nos hemos encontrado. Creo que es mejor así, creo que no quiero saber ni dónde ni cómo voy a conocerte, pues me predispondría a buscarte sin reparo ni descanso y quizá sólo me perdería más, tal y como he estado haciendo todo este tiempo, perdida siempre entre los brazos y las palabras del «incorrecto». Creo que ya perdí la cuenta de todas las veces que he tratado de hallarte y las veces que me he jurado dejar de hacerlo, de sólo dejarme llevar y esperar a que llegues o yo vaya hacia ti sin saberlo. Perdóname, perdona a este corazón idiota y eternamente enamorado del amor, enamorado de ti sin siquiera saber quién eres.

Ahora que lo pienso, no ha sido todo tan malo. He mirado hacia atrás y me he visto con el «incorrecto» una y otra vez pensando que eras tú. He mirado hacia atrás y me he visto besando labios que no son los tuyos, tomada de manos que son ajenas, siendo feliz en aquellos momentos que ahora se ven tan lejanos. He mirado hacia atrás y me he visto desecha, me he visto rota, perdida, sin esperanza, sin futuro, sin ti. Ahora veo dónde estoy y sé, porque algo me lo dice, que aún estás lejos en el camino, que aún queda algo de tramo por recorrer, y ¿sabes algo? Estoy dispuesta a ello, estoy dispuesta a equivocarme una y otra vez, a que me rompan una y otra vez, a besar y abrazar y enamorarme de tantos «incorrectos» como deba ser, a que me eleven alto y me dejen caer tantas veces como sean necesarias para llegar hasta ti, porque sé que vales la pena, porque sé que algún día voltearé, te miraré a los ojos y veré en ellos esa nueva y mejor versión de mí a tu lado, mi futuro reflejado, mi todo, y así sabré que tanto esperar, tanto perderme, tanto morirme poquito y renacer de la nada… tanto habrá valido no la pena, sino la vida.

Parece que no sé mucho sobre ti, pero hay algo que conozco a la perfección: tu corazón. Lo sé porque lo siento, porque es igual que el mío, porque laten acompasados y sintiendo igual. Sé que estás ahí afuera en algún lado tan perdido como yo, sé que también mueres por encontrarme, que te comen las ansias, que quizá ya te lastimaron tanto como a mí, que has perdido un poco la fe… Sólo puedo pedirte que esperes, que tengas paciencia, yo quizá no sepa el dónde ni el cómo, pero sí sé el cuándo: cuando deba ser, y ¿sabes? Cuando ese momento llegue, cuando te mire y te encuentre finalmente, no te dejaré ir. Me aferraré a ti como sólo yo puedo hacerlo, te amaré tanto como solo yo podré hacerlo, con cada latido de mi corazón; te seré leal y fiel y eterna, me quedaré a tu lado incluso en los momentos más oscuros, seré la voz que te cante cada noche antes de dormir y el eco que extrañes cuando no esté; te entregaré mi vida y todo lo que tenga y lo que sea por siempre, porque será lo correcto, porque se sentirá lo correcto, porque serás el «correcto», el «indicado». Tú para mí y yo para ti, porque lo sentirás igual, porque me amarás igual, porque sé que estás ahí en algún lugar y quizá un día ambos volteemos hacia atrás, sonriamos y encontremos el sentido a lo que ahora no lo tiene, juntos, tú y yo, yo para ti, tú para mí.

Lo único que pediré: lo mismo de vuelta. Por ahora sólo nos queda esperar, dejar que la vida se encargue de guiarnos a ciegas, perdernos más y más hasta que nada parezca familiar y entonces… te veré llegar, me verás llegar, me encontrarás o yo a ti y sé que sólo lo sabré cuando te vea, cuando te sienta, cuando estés aquí o yo allá… y habrá valido la pena, habrá valido la espera, habrá valido una y mil vidas.

Por ti, para ti. Te amo extraño… aunque aún no sepa tu nombre.

De setenta y cinco a cero

-…Un minuto es el que tardamos para quedarnos dormidos.-

-¡Ja! Tan fácil fuera que sólo contáramos hasta sesenta ¿no?-
-Eso dice la ciencia…-
-Para ti todo siempre es ciencia.-
-Bueno… También es lo que tardas en dar la vuelta por el Superman… Pero ya sé que te cagan los juegos mecánicos.-

Él no contestó de buenas a primeras, era una de las cosas que más detestaba de sí mismo, no poder coincidir con ella en todas sus pasiones:
-Es que no tienes control sobre nada, si algo falla, ¡pum! Estás muerto.-
-Estadísticamente, eso no pasa.-
-¿Ves? Para ti todo siempre es ciencia, ¡hasta para coger has de tener todo calculado!-

Ella río y le soltó un golpe en el hombro, el golpe más fuerte que puede dar una mujer tan chiquita como ella, uno que casi no duele nada y en cambio da risa:
-¡Pendejo!- Y siguió riendo, en parte porque sabía que Erick tenía razón, en parte por los nervios que le causaba tocar el tema con él. Eran sólo amigos, siempre habían sido sólo amigos. Él no respondió al insulto, pero no tanto por caballerosidad, nunca le había gustado siquiera decirle «wey», esa es la forma en la que se le habla a una amiga, él, por más que quería, no podía verla de esa manera.

-…Y ¿qué hiciste ayer?- Preguntó Silvia rompiendo el silencio que se había formado:
-Yo… Salí con Regina.- Mintió él, creía que era peor verla preocupada que molesta, ellas dos nunca habían congeniado bien, ni en la vida, ni en el set:
-Ah… Y ¿qué tal estuvo?- Preguntó con indiferencia fingida y tratando de contener la decepción que sentía:
-Bien… Pues hicimos un ejercicio para entrar en papel…- Silencio de nuevo, ahora era claramente incómodo. Silvia decidió no enojarse esa noche, no sabía muy bien por qué, pero su impulsividad y carácter explosivo no tenían invitación esa noche en aquel cuarto de hostal:
-Bueno, pero a ver dime ¿desde hace cuánto no duermes?-
-Un tiempo…-
-¿Estás nervioso por lo de mañana?-
-¡Neeh! Las cámaras ya no me asustan.- Ambos rieron:
-Quizá es este colchón tan pinche incómodo…-
-Y di que nos tocó colchón… Es más, ¡di que tenemos chance de dormir! ¡Los de producción siguen scouteando!-
-Bueno, eso sí flaco, ¡pero de qué sirve si de todos modos no puedes dormir?-
-¡Ya te he dicho que no me digas así!- Respondió él en tono burlón mientras la tomaba para hacerle cosquillas en la panza, a ella no le gustaba, se sentía gorda aunque para él era perfecta:
-¡Ya Erick, no mames!- Gritó tantito molesta, ese enojo que la hacía verse aún más tierna a sus ojos. La soltó, la conocía bien y si seguía, iba a terminar durmiendo (o intentándolo) en el suelo:
-Ya, ya, perdón, bajemos las armas. Mejor cuéntame un cuento para dormir…- Pidió el actor mientras se recostaba en el colchón barato con la cabeza recargada sobre las manos y cerraba los ojos:
-¡No mames! Sabes que no soy buena contando cuentos.- Dijo entre risas:
-¡No mames tú! ¡Eres guionista!-
-Sí… Pero el proceso es largo…-
-Bueno, entonces cuéntame cómo es tu proceso.-
-¿Por qué no mejor intentamos dormir aunque sea una hora?-
Erick no contestó de inmediato, realmente estaba muy cansado, realmente no le habría costado mucho sumergirse en un profundo sueño, pero no deseaba hacerlo, no esa noche que la tenía junto a él:
-Tú puedes dormir, yo no…-
-¡Ah qué cabrón! ¿Me arrastrarás contigo?- Ambos rieron:
-Bueno, si me quieres hacer el paro, quédate tantito más despierta, ¿sí?-
-Okay…- Aceptó resoplando, un poquito resignada, un poquito entusiasmada:
-¿Cómo es tu proceso? Cuéntame cómo nace un guión…-
-Lo dirás de chía, pero aventarte uno a la altura de lo que pide Roldán ¡es como parir chayotes!-

Él no pudo evitar soltar una risotada, sabía que su mejor amigo era exigente, sabía que él mismo estaba en la producción por ese contacto, sabía que meter a Silvia en el proyecto había sido mero pretexto para pasar más tiempo juntos, pero se había aprendido todas sus líneas de memoria, había releído el guión del cortometraje una y otra vez y no le había podido encontrar un error o un detalle:
-¡Pero sí estás a la altura! O sea metafóricamente…-
-¡Tarado!- Respondió la guionista riendo y soltándole un almohadazo: -¡Luego por qué te digo flaco!…- Y volvieron a reír. Erick hizo un gesto de dolor y se llevó una mano al pecho mientras respiraba profundamente:
-¿Estás bien?- Preguntó Silvia un tanto espantada:
-Sí «chivita», no te preocupes…- Otro silencio: -¡Ya pues! Cuéntame cómo se hace un guión, quiero aprender.-
-Bueno… Primero necesitas una historia y después… La empiezas a escribir y ya…-
-Cuánto trabajal, ¿eh?- Dijo él bromeando sarcásticamente:
-Bueno, es que lo que tú no entiendes es lo difícil que es hacer una buena historia… Un guión lo puedes hacer en un minuto si tienes las cosas claras. Defines de qué va todo, desde cómo hablan y se ven los personajes, hasta los giros de tuerca. Todo debe tener un motivo, tienes que jugar con los sentimientos, darle peso a los diálogos, profundizar en cada momento ¡y tener un final impactante! Cuando tienes todo eso, es un minuto lo que te lleva escribirlo… o así parece al menos…-
-¿Un minuto?-
-Aja… Como lo que tardas en caer cuando saltas en paracaídas o en llegar a un orgasmo…-

A Erick le había parecido sugerente esa respuesta, pero no hizo ningún movimiento, no quería estropearlo, no quería parecer uno de esos tantos actores que se encaman a quien pueden a la primera oportunidad. Sólo quería estar con ella, escuchar su voz resquebrajando el silencio, mirarla en su pijama deslavada y vieja y con su cabello medio peinado en un chongo, le encantaba verla así:
-Y ¿qué más pasa en un minuto, chica ciencia?-
-Bueno… En un minuto se divorcian unas 90 personas en todo el mundo y se tuitean unas cien mil mamadas…-
-¿Cómo tuiteas una mamada?- Y rieron una vez más:
-En un minuto parpadeas unas doce veces sin darte cuenta, caen trescientos sesenta relámpagos sobre la tierra y pasan dos metrobuses de la línea roja, tres si no es hora pico…-
-Aja…- Contestó él mientras se acomodaba en la cama y cerraba los ojos. Silvia lo observó un momento, tan apacible y tan bello como sólo él podía ser. Se arriesgó y sin pensarlo mucho, se recostó sobre su pecho mientras seguía alistando:
-En un minuto despegan cincuenta y ocho aviones y se suben unas doscientas cuarenta mil fotos a Facebook, cincuenta mil de las cuales son de comida, aunque también en un minuto mueren de hambre dieciocho personas.- Se hizo el silencio otra vez, pero Silvia sabía que él seguía despierto pues sentía sus dedos acariciando su cabello tiernamente:
-En un minuto se googlean dos millones de cosas y se desperdician 20 litros de agua al bañarse…- Erick no decía nada:
-Un minuto es el que tardamos para quedarnos dormidos…- Dijo con una voz somnolienta, casi un susurro del que después ya no se escuchó nada. El actor sabía que su amiga se había quedado dormida o al menos lo estaba intentando, él lo respetó, tenían que descansar, les esperaba un largo primer día de rodaje, así que sólo besó delicadamente su cabeza y miró al techo aún muy despierto. Su mente se debatía entre seguir contemplando a Silvia toda la noche hasta el amanecer, o desistir y abandonarse al sueño de una vez, optó por lo segundo:
-Si necesito un minuto para quedarme dormido, en teoría si cuento del sesenta al cero…- Y, con los ojos cerrados, se puso a contar en su mente:
-Sesenta…- Y comenzó a dibujar la silueta de Silvia, al principio se veía difusa, poco a poco fue enfocando y dándole volumen a su musa:
-Cincuenta y uno…- Comenzó a verla claramente, definió sus rasgos: los ojos grandes color azul que resaltaban en su rostro detrás de sus enromes gafas de montura gruesa, la nariz respingada, la boca pequeñita formando una sonrisa que descubría sus dientes perlados, el cabello negro como el azabache, enredado como siempre, sus mejillas coloradas… Él sabía que Silvia se sentía cachetona y no entendía por qué, ella era perfecta a sus ojos:
-Treinta y siete…- Y la vio hablando y riendo, no la escuchaba, pero sabía que quería decirle algo:
-Veinticuatro…- Logró formar parte de la conversación. En su mente, Silvia le decía un tanto avergonzada todo eso que sentía por él. Que nunca lo había visto como sólo un amigo, que le encantaba perderse en charlas insulsas de tres horas con él que para nadie más tenían sentido, que en secreto adoraba el olor a cigarrillo y chicle de menta que siempre lo acompañaba y que sólo se había aprendido la letra de «Pennyroyal Tea» por él, porque realmente no le gustaba Nirvana. Todas esas cosas que él ya sabía interiormente y que nunca se atrevió a preguntar:
-Trece…- Se vio a sí mismo en el sueño, atreviéndose a tomar de la mano a su amiga, mirarla fijamente con todo el sentimiento que en él despertaba y acortar poco a poco la distancia que separaba sus cuerpos:
-Cinco…- Y la besó. Después de siete años de amistad incondicional, de escucharla hablar de su corazón roto cuarenta y tres veces y que él mismo llorara sobre su hombro desesperado por problemas de faldas. Después de todas esas pláticas de café y cigarros o de cervezas y alitas, después de todos los «te quiero» disfrazados, las llamadas interminables a las tres de la mañana y las escapadas entre semana al bar de la esquina, después de todo el camino recorrido a su lado, la besó e interiormente deseó congelar eternamente el tiempo en ese momento:
-Uno…- Y se quedó profundamente dormido. Erick siguió imaginando sin detenerse, comenzó a soñar esa perfecta realidad donde la amistad se transforma en otra cosa, donde él y Silvia están en la misma sintonía, donde él puede pasarse horas viéndola, besándola, acariciándola, perdiéndose en ella. Sabía que estaba soñando y que al día siguiente las cosas seguirían igual que antes, siendo sólo amigos; pero algo había cambiado dentro de él, de pronto ya no le importaba el miedo a que Silvia no le correspondiera o se asustara, Erick sabía que eso no ocurriría y entonces se decidió: al despertar la miraría a los ojos, la tomaría suavemente del mentón y la besaría tiernamente sin temor alguno, sólo abandonándose a una corazonada que ya no le era posible seguir ignorando, al menos eso pretendía.

Un minuto es el que nos toma quedarnos dormidos, está científicamente comprobado. En un minuto, Erick comenzó a soñar y no supo exactamente en qué momento dejó de hacerlo. En un minuto, él y Silvia pudieron haber hablado de sus sentimientos mutuos, pudieron haber hecho realidad ese beso que jamás existió, pudieron haber pasado de ser «sólo amigos» a ser «más que eso». En un minuto pudieron haber decidido no dormir esa noche y en cambio hacer el amor, quizá incluso en menos tiempo. En un minuto, Erick pudo haberle confesado que en realidad no había estado con Regina, sino con su cardiólogo recibiendo extrañas noticias. En un minuto, sus vidas pudieron haber tomado otro rumbo y no sólo la de ella, ahora sin él. En un minuto, el corazón late unas setenta y cinco veces; en un minuto, el corazón de Erick dejó de latir, pero no de sentir ese amor por su eterna amiga que despertó con una amarga decepción.

Es un minuto el que tomamos para soñar, pero puede pasar una vida y nunca hacerlo realidad.

Redacción: Olii De Regules

Ilustración: Ana Karen Pacheco

Transfusión

Hay personas que me preguntan por qué me gusta ver llover y yo nunca respondo, eso sólo lo sabrías tú. Me recuerda a quién una vez fui y aminora un poco la melancolía de tu recuerdo, es tu antónimo, tu total opuesto. Sin embargo, todavía encuentro algo tranquilizante y poético en el fuego, ese que me da fiebre, que enciende mis cigarros y apaga mis penas.16128425_1550402284975538_643363506_n

Siempre fuimos opuestos. Opuestos como le es la noche al día o la mente al corazón. Opuestos como le es el sonido al silencio o la calma al feroz viento. Opuestos como el agua al fuego, opuestos como tu a mí y yo a ti.

Te conocí el día menos esperado, en el lugar menos indicado y de la forma más absurda. Una fecha en el calendario que no me gusta recordar, un lugar perdido en la ciudad que no he vuelto a visitar y una charla de ocho horas que no he podido repetir. Ahí estás, danzando en el umbral de mis recuerdos que se abre y se ensancha con unos Whiskys encima, te invoco intencionalmente sólo cuando se hace presente ese humor bohemio en el que entro con un escocés o con un buen cigarro, así te llamo con el pensamiento porque me hice adicta a recordarte y porque sólo me atrevo a hacerlo cuando la consciencia de tu partida decide escaparse un ratito por la ventana y así, queriendo sin querer, tu recuerdo comienzo a evocar y yo me empiezo a encender.

La primera vez que te vi, me miraste como se mira a un objeto ajeno: tan lleno de curiosidad, expectante, impaciente, con un brillo de genuina morbosidad en los ojos. Tenerte frente a mí, después de tanto tiempo, tras haberlo imaginado cientas de veces… cualquier cosa que pudiera decir para tratar de describirlo se quedaría corta, escueta, no me alcanzan las palabras de este ni de cualquier otro idioma. Fue como ver el mundo a mi alrededor arder en una explosión de mil colores, de estrellas centelleantes que fulguraban con brío celestial. Luego me tocaste y con ese sutil roce de tu mano sobre la mía, todo fuera y dentro de mí dio vueltas. Siendo yo agua, fluyendo por la vida como río encausado, llegaste a entorpecer el rumbo, a cambiar la dirección y a modificar el sentido, me desbocaste. Desataste una tormenta en mi interior que ahora es irrefrenable, que me inunda con melancolía y me ahoga en recuerdos y añoranzas. Todo transformaste, las nubes se hicieron ceniza, el cielo se hizo fuego y el agua piedra caliza, me dio fiebre y fiebre he sido desde aquella fecha hasta hoy día, ardiendo, quemándome, consumiéndome hasta ser polvo para luego volver a enardecer.

manos

Me tomaste de la mano y caminamos sin rumbo, yo sentía una metamorfosis generarse desde las yemas de mis dedos pasando por las venas de mi cuerpo hasta la yugular, directo al corazón, mi corazón de lluvia que no pudo apagar el fuego de tu sangre, tan sólo lo avivó y con él, fuego me hice yo. Ardiendo en deseo, un deseo que me había sido ajeno hasta aquel roce de tu tacto con mi piel, te besé, y me perdí en tus labios incandescentes que incendiaron mis entrañas y encendieron la chispa detonante del motor de mi pasión. Fuego eras, en fuego me convertiste y de fuego llenamos lo que alrededor quedara, en llamas me dejaste la mente, ya no consciente ni pensante, sólo impulsiva, apasionada, encendida como mi cuerpo. Inflamamos el espacio y el tiempo que se fueron expandiendo como voraces llamas, el reloj se derretía entre caricias y roces, entre murmullos y goce. Las horas se escurrían como la cera de una candela, consumiéndose sin prisa, sin remedio. De pronto ya nada era frío, ya nada era claro, ya nada se vislumbraba entre el vaho de tu aliento combinándose con el mío. Cada suspiro cargado de electricidad iluminaba los rincones donde existiese obscuridad, cada respiro tuyo se volvía uno mío, cada movimiento tuyo el cuerpo me estremecía, cada beso de tu boca alimentaba la llama que en mí se engrandecía. Fuego eras y en fuego me convertiste.

16143038_1550389258310174_663525084475662564_n

De pronto ya no éramos tan opuestos, de pronto ya no me eras tan ajeno, de pronto tu cercanía se volvió natural, tan natural como el fuego. Me fundí en ti. Tan acostumbrada a ser agua toda la vida, no apagarme sin tu presencia parecía imposible, pero resistí, me aferré al recuerdo de tu calor inherente y aprendí a encender la flama de nuevo con cada llamada tuya, con cada oportunidad para escuchar tu voz, con la simple evocación de tu sonrisa. Aprendí a sentir la fiebre recorriéndome por las venas y acalorando mi corazón, arrastrándome al infierno de tu mirada que ahora llevo marcada en la piel, y de fiebre hacerme yo. De agua ya nada quedaba, la sed ya no existía, la lluvia escaseaba y ahora todo lo que tocaba se volvía ceniza; pero yo no extrañaba mi antiguo ser, porque fuego ahora era y tú conmigo ardías por todos lugares, quemando, chispeando, dando vida a lo que muerto estuviera, dando vida a lo que dentro mío existió inerte hasta llegada aquella fecha, la fecha en el calendario que no me gusta recordar.

16229905_1556841504331616_764565339_o

Ardimos como dos chispas, tanto y tan rápido, hasta que no hubo nada más qué quemar. Te pedí que te quedaras para buscar algún otro lar y entonces te percataste de cuánto ya me había consumido. Te dio miedo, miedo al ver el rostro del fuego, el tuyo mismo como si fuese un reflejo. Tu naturaleza que llenaba de vida lo que tocase, me había encendido en llamas que dolían como sólo el fuego puede doler, tan lento y tortuoso, pero que sólo me hizo agonizar hasta el momento en que decidiste partir libre para incendiar algún otro corazón, dejando al mío aún encendido, aún en llamas, aún flamante, pero que ahora arde en serio y con él, ardo yo sin control.

16216411_1556839694331797_1814992670_n

Dicen que donde hubo fuego, cenizas quedan; donde ocurrió un incendio, permanecen brasas; donde estuviste tú, existen recuerdos incandescentes que cuando evoco, aparece una flama que me devora sin prisa. Creerías que al irte, el fuego extinguirías, que yo volvería a ser agua y las llamas se consumirían, pero olvidaste llevarte las cenizas y con ese vestigio de tu paso por mi vida, provocas la fiebre y entonces me enciendo de nuevo, mi mente fantasea con el calor de tu cuerpo, vuelo alto, tan alto como sólo vuela el fuego… y me enfermo; el agua que en mí queda, hierve dentro y naturalmente sale por mis ojos a buscarte, a veces desesperada, a veces muy lento.

16142777_1550389141643519_8748214456386909994_n

Hay personas que me preguntan por qué me gusta ver llover, yo nunca respondo, me quedo quieta mirando el agua caer.

Redacción: Olii De Regules.

Fotografía e ilustración: Ana Karen Pacheco.

El calcetín rojo

Se había pasado una hora buscando un calcetín rojo. Hurgó en todas las la gavetas de la cómoda de su cuarto, buscó en el cesto de la ropa sucia y debajo de la cama. Terminó sacando todo lo que había en su armario y dejó un revoltijo de abrigos, sombreros y vestidos; de accesorios, mascadas y zapatos. Pronto la alcoba quedó sumergida en el caos total, algo ciertamente extraño sabiéndola tan pulcra, tan minuciosa con los detalles, tan ella. Se atrevió, reprendiéndose a sí misma por la intromisión, a echar un vistazo en los aposentos de su compañera; rebuscó con sumo cuidado entre sus cajones, tratando compulsívamente de no dejar un rastro de su presencia en aquel lugar. Nada, tan solo unas cuantas cajetillas de cigarros semi vacías, plumillas de guitarra mordisqueadas, una lata de condones y el monedero en forma de canguro en el que sabía que se hallaban sus pequeños ahorros de ya diez quincenas para la Ducati 1200 que deseaba comprarse, no tocó ninguna de esas cosas. Nadia no fumaba tabaco, pero se permitía de vez en cuando un toque de hierba; Nadia no sabía nada de música, pero dejaba que su réflex de focal variable hiciera arte por ella; Nadia no sentía la necesidad de llevar con ella un preservativo pues, hasta donde todo mundo sabía, ella seguía siendo virgen; Nadia tenía una integridad intachable que le permitía hacerse de la vista gorda ante la panza de aquel canguro repleta de billetes de a quinientos y sólo cerrar el cajón sin mirar atrás. Nada.

Salió de la habitación decepcionada, ¿dónde habría quedado aquella prenda? Temía conocer la respuesta. Debía encontrarla pronto, eran la las once menos quince y su compañera no tardaba en llegar lista para coger un abrigo, tomar su Whisky en las roscas de un sorbo y subirse de nuevo al coche para irse de antro juntas. Pese a que no sentía deseos de salir aquella noche pues hacía frío y cargaba consigo un humor melancólico, lo había prometido. Se detuvo unos instantes en el pasillo a reparar en cuán diferentes eran: Mónica: un tanto salvaje, ruda y atrevida; coqueta y con una mirada desafiante; con un caos en la mente y en su habitación; comelibros y músico desde los diez años; amante de la cocina y pseudochef, pese a que desayunaba un cigarrillo y un espresso doble con vodka a las dos de la tarde; trabajaba en la radio hasta ya entrada la noche y dormía casi toda la mañana. Nadia: reservada y muy tranquila; un poco torpe para flirtear pese a ser muy guapa; tan ordenada y pulcra, ella se encargaba de que el departamento no estuviese patas arriba; amante del ejercicio, la comida y la naturaleza, con una actitud zen ante la vida; eterna romántica y con la ilusión aún viva de encontrar a aquel hombre con cuerpo fitness y cerebro pensante; fotógrafa de estudio de día, cinéfila de noche. Eran agua y fuego. Eran día y noche. Eran negro y blanco… Opuestas. Sin embargo, eran mejores amigas, por algo habían decidido mudarse juntas, además de que ninguna tenía pareja y ambas sentían cierta urgencia por salirse de la casa de sus padres. Se conocieron en la universidad y desarrollaron una amistad un tanto extravagante, se complementaban mutuamente: Nadia limitaba a Mónica, Mónica desinhibía a Nadia.

Salió del vórtice de sus pensamientos y se dirigió a su habitación tratando de ya no pensar en el calcetín extraviado. Al abrir la puerta, el caos que ella misma había provocado la miró desafiante. Se regañó mentalmente y puso manos a la obra doblando playeras, colgando vestidos y pantalones en las perchas correspondientes, poniendo todo en su lugar. Echó un vistazo al reloj y se percató que eran ya las once y media, ¿dónde estaba Mónica? Se preocupó por un instante, diez mil setecientos ochenta y cuatro pensamientos catastróficos le pasaron por la mente, pero intentó calmarse. Se apresuró a bañarse y ataviarse con el atuendo que le pareció más adecuado para la ocasión: unas medias negras, una falda de mezclilla, zapatos de piso y una blusa de inocente escote, nada muy espectacular. Justo cuando estaba colocándose los zarcillos, escuchó el girar de la manija de la puerta principal del departamento:
-Nadia, ¿ya estás lista?- Preguntó la joven de 25 años con voz cantora al entrar a la casa.
-Aquí en mi cuarto Mon.- Respondió esperando que su amiga no reparara demasiado en lo escueto de su atuendo.
-Te ves linda.- Comentó la locutora al entrar en su habitación.
-¿Dónde estabas?- Preguntó la fotógrafa, ignorando el cumplido. -Es tarde ya, me tenías preocupada.-
-Calma, calma, ya sabes… el tráfico de viernes en la ciudad. Lo importante es que ya estamos listas, ¿cierto?-

Mónica no esperó una respuesta pues la dio por sentada, en cambio se dirigió al minibar de la sala y se sirvió una onza de Jack Daniel’s en un vaso old fashioned con un cubo de hielo:
-¡Ah!- Exclamó con gesto de resignación. -Me caga el bourbon.-
-Y ¿por qué te lo tomas si además es mío?- Preguntó su compañera de piso mientras se sentaba frente a ella en uno de los banquitos.
-Porque la botella está casi vacía y no voy a abrir otra sólo por un pinche trago.- Replicó para después zamparse de un sorbo el licor y prender un cigarrillo: -¿Ya nos vamos?-

Nadia vaciló un instante, se levantó de su asiento y contestó:
-Sí, sólo déjame encontrar un calcetín rojo que me falta…-
-Pero ya traes medias puestas wey…- Comentó Mónica extrañada.
-Pero tengo que encontrarlo, ¿sí?- Respondió tajantemente: -De hecho nos iríamos más pronto si me ayudaras a buscarlo.-

calcetin

Mónica notó algo extraño en la mirada de Nadia, se veía molesta, pero más allá de eso parecía preocupada. No le era ajena la obsesión de su amiga por tener todo en orden, que todo tuviera su lugar, que cada rincón de la casa estuviera limpio, pero ¿un calcetín? Caminó hacia su alcoba mientras respiraba hondo, haciendo acopio de paciencia. Se recargó en el marco de la puerta y propuso:

-Nad… lo buscamos al rato ¿va? Ya es tarde y…-
-A ti neta sólo te importan tus cosas, ¿verdad?- Interrumpió Nadia con recelo: -Mientras tú estés bien, a los demás nos puede cargar la chingada.-

Mónica abrió los ojos como platos. Realmente no esperaba esa respuesta ni esa reacción, algo estaba pasando con su amiga, algo que no le estaba diciendo explícitamente pero que entre líneas gritaba. Si era cuestión de una prenda, Mónica gustosa le habría regalado tres pares de calcetines rojos, pero no era así, sabía que había un trasfondo. Se sentó en la cama mientras veía a su compañera de rodillas frente a su armario sacando la ropa de nuevo. No iba a explotar, no quería pelear, si su amiga quería hallar ese calcetín rojo, la tenía que ayudar:

-Bueno… ¿cuándo fue la última vez que usaste ese par?-
-El martes…- Contestó Nadia mucho más tranquila. Se sentó al lado de Mónica mientras respondía las subsecuentes preguntas:
-Y ¿dónde dejaste el otro calcetín?-
-Está en mi cesto de la ropa sucia, ya busqué ahí también, pero no está.-
-Bueno… ¿Dónde estuviste el martes?, ¿qué hiciste?-

Nadia bajó la mirada, no quería responder esa pregunta y no sabía si estaba lista para hacerlo. Un silencio extraño llenó el departamento. Mónica insistió con paciencia:

-Nad, ¿qué hiciste el martes? Intento ayudarte a recordar dónde dejaste tu calcetín.-
-Yo… Pues por la mañana fui al estudio a hacer un shooting, ya te había dicho, para este músico que estamos lanzando…-
-Ah ya, el tal Roger ¿no? ¡Carajo, ese vato sí que está sexy!-

Nadia pareció molestarse con la respuesta de su compañera, le lanzó una mirada retadora y Mónica entendió el mensaje:

-Perdón, me estoy saliendo del tema…- Recapacitó la locutora: -Y después de eso, ¿qué hiciste?-
-Bueno yo…- Nadia volvió a bajar la mirada, ocultaba algo y Mónica lo sabía, fuese lo que fuese, era algo que la chica se aferraba a guardarse. Tras un momento de silencio y reflexión, Mónica recordó:
-Un segundo… El martes yo no dormí en casa, llegué hasta el miércoles por la noche… Nad… ¿llegaste a dormir?-

De nuevo se hizo presente un largo silencio, Nadia seguía cabizbaja y Mónica trataba de vislumbrar el panorama, la conocía perfecto y creía saber lo que había pasado. Después de unos segundos, Nadia habló:

-Roger es todo un profesional Mon, no tuve que pedirle muchas cosas, fue tan natural… Me hizo el trabajo muy sencillo…- La joven fotógrafa pausó un momento esperando que su amiga entendiera el rumbo de la situación: -Creo que le gustó mucho la sesión y se la pasó tirándome indirectas… Me coqueteó…-
-¡No mames!- Respondió Mónica sorprendida a la par que se llevaba las manos a la cara cubriéndose la boca, su amiga le había despertado una morbosa curiosidad que debía satisfacer: -Y ¿luego? ¿Le seguiste el jueguito?-
-¡La neta me dio un chingo de pena!- Contestó Nadia con un humor más relajado: -Pero sí, traté de coquetearle y pues… funcionó, me invitó a comer…-

Mónica tardó un poco en comprender la magnitud de la situación, conocía muy bien a su amiga y sabía que le era difícil abrirse al sexo opuesto. Tras meditar unos instantes, prosiguió con el interrogatorio:

-Okay… Fueron a comer, después ¿qué pasó?-
-Pues…- La chica se sonrojó, sentía una ansiedad enorme, en parte por los deseos que sentía de confesar lo que había hecho, en parte porque una voz en su cabeza sólo quería olvidarlo: -En el restaurante tomamos un par de cervezas, pero al parecer él aún tenía sed, así que fuimos a su casa por unos tragos y…- Pausó de nuevo.
-¿Y!- Preguntó su amiga al borde de la cama, ya muy ansiosa por saber.
-Pues…- El semblante de Nadia ensombreció repentinamente, agachó la cabeza de nuevo y dijo con voz temblorosa: -Perdí mi calcetín Mon…-

img_6132

Mónica ya lo anticipaba, lo había intuido minutos atrás, era obvio para ella; sin embargo, en definitiva no había esperado esa reacción. Entendía perfectamente el impacto en una mujer al perder su virginidad, entendía que para su amiga significaba algo más que un encuentro casual o la ruptura del himen, entendía que Nadia pudiera estar sentimental o incluso preocupada si no había utilizado protección, pero no alcanzaba a comprender el por qué de su profunda congoja. Fueron tan sólo unos segundos transcurridos, pero suficientes para que Mónica comenzara a imaginar lo peor, ¿el tipo la habría forzado?, ¿la habría drogado o amenazado? Su mirada se tiñó de amarga zozobra y ya iba a comenzar a preguntar de nuevo, cuando Nadia rompió en llanto:

-¡Perdí mi calcetín Mon!- Dijo la chica en un grito ahogado por sollozos y llanto reprimido. Su amiga la cogió en brazos y la sostuvo fuertemente. Tenía tanto por decir, tanto por preguntar, pero sabía que no debía hacerlo, sabía lo mucho que le costaba a Nadia siquiera mencionar la palabra «sexo», así que reflexionó un momento mientras dejaba que su compañera de piso derramara lágrimas de inocencia perdida sobre su vestido color negro. Mónica debía abordar el tema sutilmente, no podía atreverse a parlotear sobre sus aventuras sexuales o a preguntar detalles del encuentro así como así, no con ella. Cuando sintió la respiración de Nadia un poco más acompasada, se animó a hablar:

-Bueno Nad… todos perdemos nuestro calcetín en algún momento, de hecho sería bastante triste si no lo hiciéramos.- Al pronunciar estas palabras, su amiga se recogió de su regazo y adoptó una postura encorvada, colocó su cabeza entre sus manos y dejó que Mónica prosiguiera mientras prendía otro cigarrillo: -Siempre vamos a querer que sea algo especial, que signifique, que cuando lo contemos nos sintamos orgullosas de haberlo hecho… pero no siempre es así.-
-Yo lo había guardado Mon, ¿sabes? Siempre pensé que cuando… bueno, perdiera mi calcetín, sería en algún bosque tranquilo a la luz de la luna o en la playa con el sonido de las olas rompiendo en la costa… ¡y lo fui a perder medio ebria en el departamento de un chico en algún rincón de La Condesa! ¡Ahora no lo tengo! Ahora soy una mujer sin calcetín, dime ¿qué hombre va a querer a una mujer sin calcetín? ¿Qué hombre me va a tomar en serio?- Preguntó Nadia con lágrimas en los ojos.
-No a ver, te equivocas Nad, ¡eso no tiene nada qué ver! Los hombres no buscan calcetines nuevos, al menos no los que te convienen. Los hombres se fijan en ese sombrero hermoso y brillante que te hace tan inteligente o en esas gafas que te convierten en una increíble fotógrafa y te hacen ver la vida de esa forma tan particular…- Mónica confiaba en la inteligencia de su amiga para entender la enredada analogía con las diversas prendas y accesorios, pero decidió ir al grano: -A lo que voy es que es tan sólo un calcetín, lo que realmente importa es lo que está aquí.- Dijo a la par que sonreía y posaba su dedo índice sobre el pecho de su amiga. Tras unos instantes de reflexión, Nadia habló:

-Y… ¿ahora qué? Dime qué hago con mi otro calcetín, con este que me quedé yo porque… ¡Porque no puedo dejar de sentir Mon! Desde aquel día no dejo de pensar en él, en qué estará haciendo, en si piensa en mí o no…-
-No te ha hablado, ¿cierto?-
-No… Y es decepcionante porque yo sentí tantas cosas… Quisiera llamarle, ¡ardo en deseos de llamarle y pedirle una explicación… o que al menos me regrese mi calcetín!-
-Eso no va a pasar Nad, ya se fue, ya no tienes tu calcetín y no va a regresar a ti…- Mónica dio un par de fumadas a su cigarro casi completamente consumido y siguió:
-Ahora puedes empezar a probar con otro tipo de calcetines, otros colores, calcetas o medias quizá o, ¿por qué no?, andar descalza un tiempo y sólo disfrutar de las sensaciones sobre tu piel… Pero ese calcetín rojo que dejaste en su apartamento, ese ya no va a volver, te quedaste con uno, ¿qué harás con él?-

Nadia reflexionó unos instantes sobre todo lo que su amiga trataba de decirle, agradeció internamente la sutileza, no le era fácil hablar de esos temas. La fotógrafa pensó en cuánta envidia sentía por su amiga, por esa capacidad de separar el sexo del sentimiento, de prevenirse y dejar el calcetín especial en casa y perder el otro en alcobas ajenas dejando su corazón intacto. Reflexionó un momento y después se le ocurrió preguntar:

-Y ¿si le hablo?- Nadia se preparó mentalmente para recibir un regaño de su amiga por atreverse siquiera a pensar en pisotear su dignidad, sin embargo recibió una respuesta encantadora y más profunda de lo que había esperado:
-Puedes hablarle y preguntar… A veces tenemos miedo de hacer algo de más y arruinar las cosas, romper nuestras ilusiones y destruir castillos de aire; pero también podemos terminar teniendo lo que tanto deseamos. Ya perdiste tu calcetín, ahora eres una mujer nueva pero no incompleta, tú te quedaste con el más importante: tus sentimientos. Tu puedes hacer lo que tú quieras, botar ese calcetín y probar con otros, o llamarle o mandarle un mensaje o ir a buscarlo a su casa si sientes que eso necesitas, pero haz lo que sea mejor para ti ¿sí?…-

Nadia sonrió agradecida y abrazó a Mónica, no recordaba la última vez que habían tenido una plática tan especial. Se decidió de una vez por todas a botar por la ventana ese calcetín rojo que se hallaba en el cesto de la ropa sucia e ir de compras al día siguiente a buscar un par de sandalias nuevas. La locutora le propuso salir al balcón del departamento a relajarse un poco, salir del ambiente viciado y seguir charlando, estaba consciente de que a Nadia le molestaba un poco que la casa oliera tanto a cigarro y más aún su propia alcoba, así que se abrigaron lo suficiente para resistir el frío clima de otoño, y botella en mano, salieron a platicar sobre el trabajo, anécdotas de la universidad y un sinfín de temas entre cigarrillos y vodkas con jugo. Casi sin notarlo, las horas se escurrieron en el reloj y Nadia recordó apenada el plan nocturno con su amiga:

-No… Ya es bastante tarde y ha sido una noche intensa, además se está muy a gusto aquí, ¿no crees?- La fotógrafa agradeció el gesto de su amiga y después de haberlo pensado durante todas esas horas de plática entre copas, se animó a preguntar:

-Mon, ¿tú cómo perdiste tu calcetín?- Una sonrisa pícara un poco melancólica se dibujó en el rostro de la locutora:
-Nunca les conté, ¿verdad? Fue en el primer año de la carrera, ¿recuerdas a Alex? Fuimos a su casa una tarde que me volé la clase de tele y aprovechamos mientras no estaban sus papás… ¡Ja! Duré dos años con ese vato toda enamorada y creyendo que nos íbamos a casar… Él se quedó con mi calcetín, ¡claro que ahora debe tener un cajón lleno de calcetines de otras mujeres!- La chica rió despreocupadamente y su amiga no titubeó en acompañarla. Se quedaron en silencio un momento hasta que Mónica habló:

-Está a punto de amanecer, tenemos una vista hermosa, ¿por qué no traes tu cámara y capturas el momento?- A la fotógrafa pareció maravillarle la idea pues se apresuró a levantarse de su asiento y correr a buscar su réflex, no sin antes sonreír con genuino entusiasmo. Justo cuando estaba cruzando el pasillo para llegar a su alcoba, se escuchó un golpeteó en la puerta principal del departamento:

-¿Vas tú Nad?-
-Sip, yo abro.-

Nadia casi se cae de espaldas cuando vio frente a ella un rostro familiar, un joven alto, de cabello negro y rizado y con una sonrisa tímida se hallaba en el umbral:

-¡Roger! Pe… Pero qué…-
-Dejaste esto en mi casa linda…- El joven sostenía con la mano un calcetín rojo y en la cara una sonrisa nerviosa:
-Yo… ¡Diablos! Es que… terminé tirando el par al ver que lo había perdido…- Dijo Nadia con cierta timidez.
-¡Oh!- Al parecer Roger no esperaba esa respuesta, realmente sólo quería ver a Nadia después de aquella noche y llevarle el calcetín le había parecido un buen pretexto que ahora le sonaba no menos que estúpido; sin embargo, se decidió a hacer un movimiento más:
-Bueno… creo que podemos hacer algo al respecto…- El joven se recargó en el marco de la puerta, se quitó un zapato y después desnudó su pie derecho despojándolo del calcetín color negro que traía puesto. Tomó ambas prendas, cada una en una mano y comparándolas dijo:
-Creo que combinan, ¿tú no?-

Nadia sonrió ampliamente y se abalanzó a él abrazándole con fuerza. Mónica, como siempre con su cigarro entre los dedos, los miró sonriendo desde el pasillo con un gesto de airosa satisfacción.

Redacción: Olii De Regules.
Ilustración: Ana Karen Pacheco.

Fantasmas del pasado

Mi nombre es Valeria, todo comenzó el verano del dos mil ocho, yo tenía dieciocho años en ese entonces era la hija ejemplar que cualquier padre quisiera tener. Nada me preocupaba todo lo que quería me lo daban, me gustaba correr riesgos sin importar las consecuencias porque siempre había a quien echarle la culpa o quien me ayudara a resolverlo, pero de un día para otro todo eso podía cambiar.

¡Felicidades!, no sé qué le veían de bueno para celebrar, mi vida se estaba arruinando. No puedo estar embarazada a mi edad, mi novio me dejó hace dos meses no podía obligarlo a estar conmigo solo por este bebé, mis papas me van a correr de mi casa no me van a aceptar. ¡No! Yo no lo quiero, no lo voy a tener. Encontré el lugar, saque cita, no parecía un buen lugar pero fue el único en el cual me podían ayudar a quitarme este problema.

Era mi turno, estaba nerviosa, ese lugar me daba un mal presentimiento, estaba sucio el quirófano y emitía un olor desagradable, ya no había marcha atrás ya era tarde para arrepentirme, pero yo no podía ser madre aun no estoy lista, me recosté en la camilla y comenzaron; me desgarraban por dentro, tenía miedo por el lugar que no se veía con las condiciones necesarias para practicar esta operación, no sabía que me estaban haciendo quería gritarles que se detuvieran, me estaban lastimando. ¿Qué me están haciendo? ¿Es normal este dolor? ¡Terminen me duele!

Todo termino y sentía mucho dolor, comenzaba a sentir culpa por lo que hice pero es lo mejor estoy convencida que es lo mejor esto solo era un problema para mí, pero el bebé no tenía la culpa de mis errores ¿habrá sufrido? ¿Lo habrán lastimado tanto como a mí?, estaba adolorida con cada paso que daba sentía como si se estuvieran abriendo mis heridas, el doctor que me atendió había dicho que era algo normal y que con los días se pasaría el dolor, la cabeza me daba vueltas y cada vez el sentimiento de culpa se hacía más grande, habré hecho mal al abortar.

No creí que me sintiera así, la culpa y el remordimiento de que le había arrebatado la oportunidad de vivir a un ser inocente eran algo doloroso, si estaba convencida que era lo mejor para mí porque me siento tan mal, el dolor físico no dolía tanto como el moral. Llegando a mi casa actúe como si nada hubiera pasado, no debían sospechar que fue lo que había hecho, tome unos analgésicos para poder calmar el dolor, solo quería dormir y calmar a los demonios que poco a poco me estaban consumiendo el alma.

Durante los siguientes años nadie supo lo que hice, tuve pocas relaciones en mi vida, dos para ser exactos, me daba miedo volver a equivocarme, cuando veía que las cosas empezaban a ir más enserio las dejaba. No pude terminar la escuela, no soportaba estar dentro de un grupo de personas sin sentirme juzgada por mi pecado. Yo tuve la culpa no debí de tomar esa decisión que marcaría mi vida pero era necesario no podía tener un hijo a esa edad, aun así arruiné mi vida y ya no había marcha atrás, es un fantasma que en momentos de soledad, llegan con sus demonios y de manera sutil me atormentan. 

-Lluvia-

  
 

¡Tips para triunfar en una cita!

  
Es de suma importancia tomar en cuenta todas estas recomendaciones para que tengas éxito a la hora de una cita.

1. Pon la frase tal cual fue dicha entre comillas «» respetando reglas ortográficas y signos de puntuación.

2. Inserta debajo el nombre del autor entre guiones y, en caso de ser anónimo, debes aclararlo siempre para evitar confusiones.

Ten en mente que las citas no son sólo románticas o con un doctor, también pueden ser textuales.

…Y murió de soledad…

 

image

Y aquí estoy otra vez, sólo, en una habitación desde la que mis lamentos no son escuchados, ya ni siquiera yo puedo oír a mi corazón hablando, gritando, suplicando un soplo de amor que le devuelva unos segundos de vida, o una herida que termine por desgarrarlo. No hace falta ya, está muerto, por fin callado.
Aquí estoy, con una lágrima en mis ojos que no se ha desprendido y rodado por mis mejillas pálidas y apagadas, aún no, es el único indicio de vida en mi rostro, todo lo demás se ha ido. Cualquiera que viera este cuerpo inerte, apagado, reposado sobre el frío suelo blanco, pensaría que yace sin vida; para mi desgracia no es así. Lo único muerto en esta habitación son mis sueños, ilusiones y esperanzas.
Puedo ver como la tenue luz que entra por la ventana va disminuyendo segundo a segundo, se apaga y me deja en la oscuridad. Siento el dolor acrecentándose en mi pecho, desgarrando mis entrañas, llevándose todo. Es un fuego que arde en mis adentros y destruye todo a su paso, pero no me mata.
Mi interior arde y el dolor se apodera de mí, el sufrimiento más grande que algún día pude sentir, y sin embargo sigo viva. Por dentro grito, lloro, tiemblo de angustia y miedo, mi cuerpo simplemente inexpresivo, inmutable, alcanza únicamente a expresar un suave alarido con mi último aliento. Me voy.
Siento la vida escapar de mi cuerpo, el aliento huir de mi boca, el dolor se sosiega. Mi vista se nubla, cuando por fin estoy por liberarme…veo una luz, la luz de su mirada. Está aquí. En este momento quisiera tener un poco de fuerza para decirle lo que mi corazón grita desde adentro, pero se acabó, mi cuerpo se duerme, la vista se me nubla, alcanzo a escuchar un murmuro de su boca, un suave sonido que entra por mis oídos directo a mi corazón. Mis ojos se cierran poco a poco, una lágrima se escapa de mis párpados y rueda por mi rostro, se acabó. El dolor se desvanece y la vida se escapa de mi exánime cuerpo, dejándome muerto y peor aún, infinitamente… sólo…

Un último cigarro…

image

Salgo de mi casa, es mucho más tarde que otros días. Busco en mi bolsillo y encuentro un cigarro, un poco maltratado, pero es justo lo que necesito en este momento. Encendedor, fuego, inhalo, suspiro. Me siento en lo que solía ser una barda y empiezo a pensar. Poco a poco me empiezo a meter a un mundo de fantasía; una realidad diferente, pero que con todo mi corazón deseo que se la mía. Aquí todo es extraño, no hay orgullo.
Inhalo, exhalo, otro suspiro.
¿Qué fue eso?
Un ruido se logra escuchar a mis espaldas, volteo y únicamente veo una silueta que lentamente se va desapareciendo. Me recuesto para ver las estrellas pero después de un rato me doy cuenta que no hay nada, un manto de oscuridad cubre todo el cielo, no dejando pasar ni un rayo de luz. Rápidamente me levanto, la silueta que había visto antes está enfrente de mí. Logro ver lo que podría ser una sonrisa. Lo he visto antes, soy yo…
Despierto, no me puedo mover, – ¿Qué paso? Me pregunto. No sé dónde estoy, solo sé que ya no estoy en este mundo.
Posiblemente después de todo, mi destino era acabar aquí. Sin un latido que alimente mi corazón, sin alguien que me haga suspirar. Solo me queda descansar y por fin dormir.

Redactor: Luis Alberto GaCa

El Círculo del Tío

list_640px

Mi nombre es Oliver y estoy muerto.

Hace no mucho tiempo llegué a este hospital psiquiátrico pero no como un paciente, más bien a ayudar. El edificio no era muy grande y tenía pocos recursos, lo cual no era tan malo considerando la minoría de personas que se atendían ahí. El hospital estaba subsidiado por el gobierno, por lo cual pueden imaginarse las condiciones en que se encontraba: las lámparas fallaban todo el tiempo, las puertas rechinaban, el linóleo del piso gastado, las maderas podridas… ¡Toda una maravilla!, todo esto aunado a los constantes quejidos de los agonizantes pacientes del loquero dotaba al ambiente de una atmósfera espeluznante. Te llegas a acostumbrar.

A mis 20 años la única meta que tenía en la vida era terminar con mis estudios lo antes posible, para colgar el título en la repisa de mi padre, cumplir con su orgullo y “hacer de mi vida tres pitos”… Meterme un tiro por la garganta… O tragarme cinco frascos de Diazepam que tenía reservados y, que de hace tiempo, me recetaba justamente un psiquiatra para lograr conciliar el sueño así fuera unas pocas horas… O saltar de un quinceavo piso… En pocas palabras: terminar con esa puta vida de mierda que, a mis ojos, llevaba. No era nada especial, no era que mi padre me golpeara o mi madre fuera borracha, no era que nos faltara el dinero y viviéramos en la miseria, no era que necesitara algo o alguien en especial, no… Es difícil entenderlo, es una sensación angustiante de desesperanza, el saber que no eres feliz, que jamás has sido feliz y que nunca serás feliz… Bueno, quizá me entienden un poco, de cualquier modo es difícil comprender lo que siente un suicida cuando no se es uno, el caso es que me quería morir y cuando mis padres, divorciados y con nuevas parejas y familias ambos, se sentaron a charlar conmigo, supe que algo iba a cambiar. Decidieron de pronto empezar a preocuparse por mí y creyeron que sería una gran y maravillosa idea enviarme a algún lugar para brindar ayuda a otros, aún me pregunto quién demonios les metió en la cabeza que para sanar a un alma hecha mierda se debe ocupar de sanar otras hechas aún más mierda.

Fuese quien fuese estaba dicho y yo no podía hacer nada, aunque quisiera morirme ellos no lo iban a permitir ¡vaya gente egoísta!, así que me dieron la opción: “o vas al asilo o vas al orfanato”, ninguna me pareció bien, cuidar ancianos o cuidar niños, los dos son lo mismo, necesitan lo mismo y yo no tenía energía para ello así que me vine con la idea de asistir en el psiquiátrico de la ciudad, había visto hacía poco un anuncio colgado en la fachada del hospital que solicitaba cierto tipo de ayuda y me ofrecí para ir y quizá convivir con personas igual de dañadas que yo, me pareció buena idea: ver la demencia en carne viva, por alguna razón me sonaba exquisito, así de enfermo estaba.

Llegué al Instituto Mental Sarne una lluviosa tarde de otoño acompañado por mis padres y mi tío Heriberto, quien trabajaba ahí como conserje. Nos recibió un tipo alto y calvo que usaba una bata de doctor en la cual se podía leer su nombre: Doctor Julio Méndez. En un principio creí que era el director de hospital, pero después de un recorrido superficial por las instalaciones, nos enteramos de que él era quien hacía guardia por las noches, recordemos que era un hospital pequeño y no requería mas que de una o dos personas para cuidar a los enfermos durante el turno nocturno, esa era justamente la ayuda que se solicitaba: una persona que asistiera al Doctor Méndez por las noches. A mí no me pareció nada del otro mundo, de hecho la idea me tenía fascinado, era la primera vez en mucho tiempo que sentía interés por algo en la vida así que, pese al repelo de mis padres, firmé la autorización y comencé a laborar. Me ofrecían la cena, el desayuno y un pequeño apoyo económico por quincena, eso además de “la satisfacción que producía el ayudar a otros”… ¡Bah!, yo quería ver gente igual de jodida que yo, chance y terminaba con ellos un día, al final me di cuenta de que no estaría del todo equivocado.

La primera noche que pasé allí, mi tío se quedó hasta tarde para mostrarme más a fondo el lugar, me paseó por todas las alas del pequeño hospital de 3 pisos y me presentó con los pacientes. Vi de todo, desde pacientes con anorexia extrema que parecían esqueletos vivientes hasta esos esquizofrénicos que viven en su realidad aislada, ¡qué envidia sentí de ellos en particular!, unas se parecían tanto a la muerte que sentí deseos de abrazarlas y que me llevaran con ellas, los otros viviendo en su mundito sin las preocupaciones diarias de la mayoría de los mortales… Suspirando con melancolía me alejé de aquel pasillo intentando seguirle el paso a mi tío que caminaba como si lo estuvieran persiguiendo, me interné en lo que parecía un laberinto que no reconocí y, por más que traté, no logré ver a Heriberto por ningún lado, así que decidí guiarme solito por el instinto y, tras recorrer varios pasillos, todos con las puertas cerradas, encontré una que me llamó la atención, no era una puerta en realidad, era más bien una trampilla en el suelo de madera sobre el que estaba yo de pie, estaba recubierta con un tapete mugroso, pero logré notarla. Voltee hacia todos lados tratando de encontrar a mi tío y, justo cuando estaba por seguir mi camino intentando hallarlo, las lámparas comenzaron a fallar hasta que la luz se fue completamente. Permanecí ahí de pie, helado, parecía el comienzo de una historia de terror, pero también el de una aventura así que, como adolescente necio, removí la alfombrilla con las manos y tiré de la jaladera para abrir la puerta que, entonces vi, conducía por unas escaleras hacia una especie de sótano. Lo que vi allí es algo que no creí ver jamás.

Sentados en círculo sobre sillas casi desvencijadas, yacían en la penumbra alrededor de una docena de personas sin movimiento alguno, con toda clase de deformidades, unos con los rostros destrozados, otros con extremidades faltantes. Lo único que alumbraba aquella habitación era la mortecina luz que se colaba por un intento de ventana que había sido parchada con trozos de madera podrida, pero la imagen se guardó a la perfección en mi mente, esos cuerpos y rostros desfigurados… En un principio creí que estaban muertos, sin embargo, uno de ellos se encargó de sacarme de esa idea con una especie de espasmo en su brazo que le hizo sujetar el mío con fuerza, casi me hace cagarme del miedo. Reprimí un grito que se ahogó en mi garganta y al mirarlo sentí un escalofrío en todo el cuerpo: sus ojos completamente blancos y la boca llena de sangre me pedían ayuda a susurros. Como pude, me escapé de sus garras y corrí en dirección a las endebles escaleras que me esperaban con la trampilla abierta para mi fortuna. Al asomar la cabeza, con el corazón acelerado y la respiración agitada, me topé frente a frente con el rostro de mi tío transformado en una mueca de ira, enrojecido, sudoroso, con los ojos saltones; me tomó por el cuello de mi camisa y me alzó con furia extrayéndome de aquel sótano, tanta fue su fuerza que terminé azotando contra el muro más cercano. Nunca había visto a mi tío así, de pronto sentí pánico, era raro pues hacía tanto que no sentía ya nada. Heriberto camino a paso firme y se acerco a mí hasta pegar su frente con la mía, me tomó por el cuello de nuevo y susurró amenazante:

-No te vuelvas a acercar al cuarto de los niños ¿entendiste?. Estoy arriesgando mi único empleo por ti y no vas a venir a joderme niñito. Limítate a tus labores aquí, a lo que te ordene el Doctor Méndez y se acabó, ¿está claro?.-

Yo me congelé, no pude mas que asentir nervioso y esperar a que mi tío se alejara de mí. Finalmente me soltó y me llevó con el doctor para que me comenzara a capacitar, yo no sabía un carajo de enfermería y necesitaba ciertos conocimientos básicos para no ser mas que un saco estorboso en aquel hospital, así que di todo de mí por olvidar aquel episodio escalofriante y enfocar mi energía en aprender todo lo necesario para no perder el puesto. Algo había cambiado, lo que vi en aquel sótano me había marcado, ¿el cuarto de los niños? ¿Qué carajo era eso? ¡No había un solo niño ahí! Sólo personas mutantes y agonizantes. Me agarró el complejo de detective y sentí la necesidad de investigar, averiguar qué se ocultaba en ese sótano y por qué diablos existía ese paraje al infierno.

Noche tras noche me dedicaba a cumplir con mis labores en el psiquiátrico al lado del Doctor Méndez, me parecía buena persona, charlábamos mucho y de todo un poco pero no me animaba a preguntarle sobre lo que había visto aquel día de mi novatada, me limitaba a las conversaciones casuales que se daban entre el aseo de un paciente y otro y poco a poco me iba enterando de cómo se movían las cosas en aquel lugar, me encariñaba un poco con ciertos pacientes que despertaban algo en mí e iba agarrándole amor a aquel trabajo que había comenzado como una tarea forzada, ya hasta me había acostumbrado a llamarle “tío” pues él mismo me había pedido que me dirigiera a él de esa manera. Mi jefe me ofrecía cada noche una especie de brebaje al que cariñosamente había llamado “El té del tío”, no sabia que carajos era, pero el Doctor se había ganado mi confianza y aceptaba con gusto una taza de la extraña bebida, no sabía mal, pero sí comencé a notar que cada noche que pasaba me sentía con extraños dolores de estómago, náuseas, jaqueca y otros síntomas que al principio me parecían aislados, después me daría cuenta de la realidad. Pese a mi malestar, no dejaba de lado la misión que yo mismo me había asignado y de cuando en cuando trataba de escabullirme entre la maraña de pasillos intentando encontrar aquel lugar donde había hallado la trampilla, pero resultaba más difícil de lo que creía, de pronto el hospital pareció más grande de lo que había resultado en un principio.

Por fin hubo una noche en que el Doctor me dejó a mí a cargo de la guardia mientras él iba a comprar “provisiones”, yo sabía que hablaba de una buena botella de Whiskey y cigarros para tragárselo todo él, en realidad era un maldito vicioso y no me parecía bueno que se enfrascara en sus asquerosos hábitos durante las horas de trabajo, pero aquella era una oportunidad que no podía dejar pasar y, aunque me sentía realmente mareado y con un dolor fuerte de cabeza, lo dejé largarse con toda tranquilidad haciéndolo sentir seguro de que iba a poder cumplir con todo yo mismo. Cuando por fin se marchó, comencé con mi búsqueda y, tras recorrer infinidad de pasillos y topándome a veces con lugares que ya había visto antes, la encontré. La trampilla oculta debajo de un tapete mugroso me esperaba solitaria en algún lugar del primer piso del hospital y, como ocurrió aquella vez, las lámparas comenzaron a fallar y la luz se fue de un soplo.

Al bajar tembloroso y sudando frío por aquellas endebles escaleras me topé con la imagen que se había quedado congelada en mi mente y de pronto cobró vida, color, tono, ruido… Sentí un escalofrío en todo el cuerpo. Me acerqué paso a paso muy despacio a ese círculo del infierno con sumo cuidado, tratando de que ninguno de aquellos seres mutantes se percatara de mi presencia, sin embargo… Mucho me costó aprender que no era de ellos de quien debía cuidarme cuando sentí un brazo rodeando mi cuello por detrás de mí y apretando una especie de estropajo húmedo contra mi rostro, no pude luchar, me sentía demasiado débil y en instantes todo se fundió a negro.

Ahora me encuentro yo con ellos, en el círculo, sentado en una silla de madera podrida sin poder moverme ni hablar, apenas respiro, eso no es vivir, es estar en el infierno. Soy parte de los caprichos de la retorcida mente del Doctor Méndez quien realmente era un médico ruso llamado Alexei Trenovski quien había perdido a su esposa en algún accidente del cual los médicos americanos no pudieron salvarla, al parecer él era estéril y nunca pudo tener hijos. Había leído y releído cientos de veces la biografía de aquel doctor Josef Mengel, “El Ángel de la Muerte”, que se había dedicado a experimentar con los prisioneros del Tercer Reich en la Segunda Guerra Mundial, al parecer este deschavetado doctor le estaba siguiendo los pasos. Los que estamos ahí somos sus niños y él, nuestro tío, cuida de nosotros; noche a noche nos suministra una dosis de paralizante para evitar que nos movamos o hagamos algún ruido que le delate. Cada día, tras firmar su salida del hospital, regresa a nuestro cuarto y elige a alguno de los niños para llevárselo a la mesa de operaciones y hacer todo tipo de cosas con él, desde cortarle el cabello completo para hacer pelucas, hasta cirugías que incluyen mutilaciones e injertos de tejidos de otros seres vivos. A todos los demás nos deja solitos, bueno, nos acompaña vigilante la señora Trenovski, el cuerpo de una mujer que ha sido embalsamado por el doctor y que día tras día se sienta con nosotros en el círculo mirándonos con esos ojos penetrantes que reflejaban la muerte; la piel verdosa, el cabello sin brillo y sin vida, una cicatriz de la incisión que se le ha aplicado para extraer las tripas y órganos que le recorre todo el cuerpo desde el cuello… Es el terror encarnado. A veces el doctor la besa frente a nosotros e incluso mantiene relaciones sexuales con ella ahí, en medio del círculo; a veces vemos como discute con ella y le grita y la golpea frente a nosotros reclamándole que no pudo tener hijos con ella, luego llora y le pide perdón y desahoga su enojo con nosotros, nos golpea y nos grita también por ser malos niños, pero después se disculpa y entonces nos da a cada uno de comer algo de lo que otrora habría formado parte del interior de la señora Trenovski, nos alimenta con sus órganos y tripas. El tío se toma fotos con cada uno y las enmarca para colocarlas en una pared como si fueran sus trofeos, nos cuida bien, somos sus niños, yo me conformo con que no me toque, con que no me haga nada, estoy encerrado en mi propio cuerpo, observando, oliendo, probando, sintiendo, completamente incapaz de hacer algo, estoy muerto pero vivo, estoy viviendo en la muerte, en el infierno, esperando mi turno para ir a la mesa con el tío.

Sé que alguien ya vio el anuncio colocado en la fachada del lugar como hice yo hace no mucho y que llegará pronto a este hospital psiquiátrico, pero no como un paciente, más bien a ayudar…

Destellos Infinitos

Por: Sal de Mar

Destellos infinitos de luces, formas y colores, no hay un patrón en realidad, sin embargo nacen poco a poco de lo más profundo del ser, nacen de mi alma.

Doy pasos hacia ti, tú me ves y no lo dudas, no permites que llegue hasta ti, tú corres, me abrazas y me regalas estrellas, cometas y explosiones.

Estamos sentados, uno frente al otro, te miro… me pierdo.

¿Te cuento un secreto? Si me preguntaran cuál es mi color favorito, diría siempre: “el de sus ojos” y me dirán “son comunes… son color café” y yo les diría: “Sí, pero es el café que cuando miro, se convierte en tonalidades diferentes, es el color que enciende emociones en mi corazón, es un café común para todos; es un café de infinitos destellos para mi.

Guardemos silencio ahora… No me incomoda, no es un silencio normal, puedo sentir cómo fluye una conversación, te digo lo mucho que me importas y escucho que me dices “te quiero”.

Me gusta acariciar tus manos, que juguemos y veamos que las tuyas cubren perfectamente las mías, que al tener ese contacto, se desprenden de mi luces y de ti colores.

Volvamos a vernos a los ojos…

Mi café desapareció, las luces se apagaron, los colores se fueron y las formas se desvanecieron.

El silencio se volvió incómodo, escuché de tus labios las palabras “se fuerte, yo te quiero”.

Me soltaste mis manos, te diste la vuelta, caminaste en dirección contraria, a un lugar donde yo no iba a estar, un lugar en la oscuridad, donde tus colores y luces no volverían con la misma intensidad.

Dudaste… Volteaste.

En un beso pudiste revivirme, pudiste lograr que de mi ser se recuperaran las estrellas, los cometas y las explosiones.

No sé que nos sucedió pero aquel último beso lo guardo en lo más profundo de mi corazón y sin más… Te recuerdo como mi café de infinitas tonalidades, te recuerdo como mis luces brillantes y coloridas…

Te siento como mis destellos infinitos.
image